El sitio de Pavía
Antonio de Leyva, veterano de la Guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 9.000 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones españolas veían como el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada: más de quince mil lansquenetes alemanes y austríacos bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del Emperador de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado.
Francisco I decidió dividir sus tropas. Ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los dos mil arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar.
A mediados de enero llegaron los refuerzos bajo el mando del marqués de Pescara, Fernando de Ávalos, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, y el condestable de Borbón, Carlos III. Avalos consiguió capturar el puesto de avance francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.
Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía y los cañones comenzaron a abrir fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo atacaron varias veces con la artillería a los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga dicha por Leyva.
Así, los llamados "encamisados" comenzaron abriendo brechas en las posiciones francesas. Detrás, formaciones de piqueros franqueados por la caballería. Los tercios formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.
Los franceses consiguieron anular la artillería española, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior a la española) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3.000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Lannoy al mando de la caballería y el marqués de Pescara, en la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa comandada por Ricardo de la Pole y Francisco de Lorena.
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